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El zapato |
Otro relato. Esta es una historia real que alguien me contó el otro día...
Thomas Newman -
Atardecía. Sus manos sostenían el volante con desgana, mientras su mirada se perdía en una recta sin fin, aburrida, interminable. A su lado su mujer miraba por la ventanilla, mientras canturreaba una canción que sonaba en la radio.
¡Qué diferente todo a la noche anterior, cuando en ese mismo coche estaba con ella! Aquella otra mujer era tan distinta a casi todas…tan sensual y espontánea, tan llena de vida, de fuego… la conocía hace apenas unas semanas, pero no podía dejar de pensar en ella.
Mientras seguía conduciendo empezó a recordar el tacto de su piel, sus labios, la insolente belleza de su juventud, esas medias de rejilla, y esos zapatos de tacón alto, que llevaba puestos el día que se conocieron y que desde entonces él le rogaba que se calzase cada vez que hacían el amor.
Su mente viajó hasta cada uno de los poros de su piel, hacia la curvatura de su cuerpo sobre el respaldo inclinado, los cristales empañados…los zapatos golpeando el techo del vehículo….ahhh, esos zapatos!
De pronto algo le devolvió a la realidad. Su pie derecho acaba de tropezar con algo: justo al borde del asiento del acompañante precisamente un zapato asomaba la puntera. No podía ser: era uno de los zapatos de su amante. Allí estaba, a punto de delatarlo. Ella siempre los traía dentro de una bolsa de plástico, prefería calzarse otros más cómodos y acordes con su estilo, y ayer….ayer, se había olvidado uno dentro del coche.
Su primer impulso fue mirar a su mujer. Permanecía ajena, contemplando con aire perdido el paisaje. Las pulsaciones se le dispararon. La conocía bien, y no era de las que perdonan una infidelidad. Lo perdería todo: a ella, los niños, la casa, también el trabajo en la empresa familiar… Se arrepintió de haberse dejado llevar por sus instintos.
Subió el aire acondicionado, estaba empezando a sudar. “Tranquilo”, se dijo, “Esto se puede solucionar. Ella todavía no ha visto nada”. Aprovechó que su mujer seguía distraída y de una patada intentó meter el maldito zapato debajo del asiento, ya habría tiempo de deshacerse de él después. Lo golpeó tan fuerte que la mala suerte hizo que rebotase y una mayor parte de su superficie asomase por debajo del asiento.
Se puso tan nervioso que estuvo a punto de salirse en una curva.
“¿Te pasa algo, cariño?” “No, nada, me despisté”. Afortunadamente ella todavía no lo había visto. “Te veo nervioso, y estás sudando” “¿Quieres que te acerque un poco de agua?” “Sí, por favor”. Aquella era la ocasión: mientras ella se giraba hacia su bolso, que estaba en el asiento trasero, y rebuscaba dentro, agarró rápidamente el maldito zapato y se deshizo de él lanzándolo a toda prisa por la ventanilla.
Su mujer se dio la vuelta y le ofreció la botella de plástico. No se había dado cuenta de nada. Fue el trago de agua que mejor le supo en toda su vida. A continuación respiró profundamente y se relajó. Había estado al borde del precipicio, pero todo había pasado ya.
Mucho más tranquilo, casi rayando en la felicidad, una sonrisa empezó a esbozarse en su cara. Sin embargo, no terminó de materializarse del todo. Su mujer acababa de realizarle una inocente pregunta:
“Cariño, ¿has visto mi zapato izquierdo?, se me soltó antes y no lo encuentro…”
FIN
3 comentarios:
Muy bueno ese zapato. No quiero saber a quien le ha pasado esto...
Mola, sigue así. Cada historia es una novela en sí, y no hay que leer tanto. Mola mazo.
Ja,ja. Muy bueno...y aquella santa y abnegada e inocente mujer, de esas...:¿Aún quedan? y el tío, menudo santo c....., un fiera, eso. salu2. agstn
Genial. Cada día lo haces mejor.
Un besazo inmenso, colega escritor.
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