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domingo, 27 de enero de 2008

Esta paranoia es de Anónimo

Brian Ness

00. Guía de Monette's
01. Peter Dean
02. John Buck
03. Steven Hawks
04. Mae Burr
05. Jelissa Hawks
06. Fred Bale
07. Jennifer
08. Tom Mcgurn
09. Carol Bale
10. Brian Ness
11. Bill Torrio
12. Dorothy


22:37 p.m.
KayRiver City
02 de Octubre de 1943



Siempre eran habitaciones sucias y solitarias, frías es la palabra que mejor las define. Esta tampoco era una excepción. Una vieja cama, una mesilla destartalada y una silla un pelín coja eran el único mobiliario que albergaban. Mejor hubieran estado vacías, pero cumplían su función, aunque te desolaran el ánimo. Las cortinas, roídas, dejaban pasar tanto la luz como la curiosidad de los mirones. Brian observaba a través de los cristales, pero Él no era uno de ellos, era diferente, algo más. Su actitud le descubría. No encajaba en aquel tugurio. Desprendía ese aire de quienes no pertenecen a un lugar, sino a uno superior, pero aún así saben manejarse sea cual sea la situación y pasar desapercibidos para la inmensa mayoría.
La espera siempre era la parte más difícil, después todo sucedía sin apenas darse uno cuenta por mucho que se pudiera complicar la situación. ¡Un cigarrillo!. Después de tantos años y sin echarlo de menos seguía maldiciendo el día en el que decidió dejarlo. Fumar ayudaba a esperar, el humo te entretiene y te calma, y su sabor, a veces desagradable, recuerda a tu garganta que estás vivo. Un placer sin duda alguna; pero no, ya no fumaba.

Brian echo de nuevo un vistazo al interior de la habitación. En ella un joven y una hermosa mujer estaban consumando su pasión. Sus cuerpos, en su plenitud, formaban un claro contraste con el lugar, antagonismo provocado. En principio nada fuera de lo normal, salvo por un detalle, Él era... realmente daba igual quién era Él, quizás alguien nuevo y prescindible; la importancia residía en ella, Mae Burr, una mujer tan peligrosa como bella; y lo que la hacía tan importante, la mujer del hombre más poderoso de la ciudad y puede que del país. La novia de la muerte la llamaban. Pobre infeliz, pensó Brian, dejarse atrapar por esta viuda negra, sus días estaban contados. Nadie se acuesta con la mujer del número uno del crimen organizado y vive para contarlo. Era cuestión de tiempo. Brian no pudo evitar pensar si realmente merecía la pena morir por una mujer así. A juzgar por lo que estaba presenciando, decidió concederle el beneficio de la duda.

Hacía demasiados años que Brian Ness, jefe de la policía de KayRiver City, no realizaba una vigilancia de esta índole, más propia de novatos u oficiales degradados; pero hoy había sentido la necesidad de volver a sentirse falsamente joven, como cuando empezaba en el cuerpo y pasaba horas en vela, incluso bajo la lluvia, observando a gente para él anónima.
Las casualidades no existen, no hay coincidencias, todo está planificado. Debemos provocar, arriesgarnos, buscar, luchar. Existe un motivo y un por qué, pero a veces el caprichoso destino parece una broma pesada y sin embargo otras una de muy buen gusto. ¡La suerte!, no creía en ella, uno se labra su futuro. A pesar de ello, su lado cauto sabía reconocer cuando le guiñaban un ojo, porque hoy la casualidad y la fortuna viajaban unidas de la mano. Podría haber sido una vigilancia rutinaria más, pero por la puerta de la habitación apareció Tom Mcgurn, el segundo hombre más codiciado por la justicia, y venía sólo. Exceso de confianza pensó Brian. Los años de experiencia le habían enseñado a no confiarse ni menospreciar gratuitamente. La vida nunca es un camino de rosas o por lo menos sin espinas.




Tom entró bruscamente en la habitación y de un fuerte empujón sacó a el joven de la cama quien había sido sorprendido dándole la espalda. Acto seguido vociferó algo a Mae sobre que no se moviera. Brian los escuchaba con dificultad. Tom sacó su arma y apuntó al joven. Parecía que no quería demorar demasiado este trabajo, pero no disparó. Brian se extrañó. Conocía bien a Tom, nunca dudaba. ¿Por qué no había disparado?. Estaba dejando el arma en el suelo y hablaba con el joven. Brian logró entender algo: “otra vez tu”, y lo interpretó, lo vio con una claridad meridiana, el Ego y la Confianza tenían las espadas en alto. Por algún motivo que desconocía, Tom, al ver al joven, se había tomado este trabajo como algo personal, más personal de lo que tenía por costumbre, y quería acabarlo con sus propias manos. Tom se dirigió hacia el joven que permanecía inmóvil sangrando por su labio roto fruto del primer encontronazo y le propinó otro puñetazo, el segundo, en la sien izquierda desplazando de nuevo su cuerpo contra la pared. Brian dudó, algo no era como tenía que ser, conocía a multitud de luchadores, él mismo era un buen púgil, pero este joven no había esquivado el ataque de Tom, no había demostrado miedo, sino todo lo contrario, lo había recibido con la seguridad del más experto y confiado de los fajadores, David desafiando a Goliath. ¿Quién era este joven?, un loco inmune al dolor o quizás guardaba un As en al manga.

Tom se acercó a Mae y la abofeteó, la única persona que podía hacerlo sin tener que pagar un precio por ello. Después levantó al joven por el cuello y le sujetó contra la pared para seguir con su desfile de golpes. Brian seguía estudiando al joven. Estaba a punto de intervenir, no podía dejarle morir, ya tenía pruebas para amargar unas semanas a Tom, suficiente para empezar; cuando el joven reaccionó y con un duro rodillazo hizo doblarse a Tom. Brian no se movió de su posición. Antes de que Tom tomara aliento ya había recibido tres golpes en el rostro y yacía en el suelo. Intentó revolverse pero una descarga de violentas patadas se lo impidieron. El joven resultaba ser un experto y brillante luchador. No quería reconocerlo, pero Brian estaba disfrutando del espectáculo.Quien a hierro mata, a hierro muere” le decía su abuelo y cuanta razón tenía. El joven continuó con sus golpes, hacía ya unos segundos que Tom había perdido el conocimiento.

El sentido del deber en quien es el máximo responsable de la seguridad ciudadana es un sentimiento muy potente. Brian no quería intervenir pero lo hizo. Entró en la habitación e invitó al joven a detener su ira. Podría habérselo ordenado, pero prefirió pedírselo con tanta educación como la situación lo permitía. No era buena idea provocar a la violencia con desafíos. Brian Ness enseñó su placa. El joven paró de golpear a Tom y se quedó mirando a Brian.
-Le conozco, usted es uno de los pocos hombres buenos de esta podrida ciudad -todos los músculos del cuerpo del joven estaban alerta, en tensión- y sé que lo que lo voy a pedir no sería posible en cualquier otro momento, pero hoy es necesario y espero que usted lo sepa ver-. Sentenció el joven.
Brian meditó unos momentos sus palabras. ¿Qué le estaba pidiendo?, ¿acaso debía omitir su labor, su juramento?. Pero su voz, su ojos, todo indicaba que no se detendría hasta lograr su objetivo, fuera cual fuera; y además Tom era un desecho, alguien deleznable, una lacra. Brian nunca había incumplido las normas, por eso era quien era y ocupaba el máximo escalafón de la jerarquía policial. Mentía, sólo una vez incumplió las normas. Fue hace ya muchos años cuando la ayudaron. ¡Steven!, Él también la ayudó entonces y ahora estaba muerto, asesinado brutalmente meses atrás. Nunca se pudo demostrar quien era el asesino, pero Brian no necesitaba pruebas, estaba tirado en el suelo de la habitación. -Me estás pidiendo que te deje sólo en esta habitación... con el segundo hombre más peligroso y más buscado de la ciudad. -El joven asintió con la cabeza, no respondió.

Brian permaneció unos segundos mirando fijamente a los ojos de aquel joven. No podía creerlo estaba considerando la idea de aceptar tal locura. No debía, no podía, ¿o si?. El nombre de Steven Hawks y su imagen mutilada golpeaban cada vez con más fuerza su cabeza. Steven, steven, viejo amigo. Ellos engañaron a todos, fue una buena acción, la mejor de sus vidas. Tanto que les marcó, pero de formas tan diferentes, Steven hacia el miedo y Él hacia la libertad, bien y mal separados por una débil línea. Steven no se merecía ese final, nadie se lo merecía. Saltarse las reglas para salvar y ahora saltárselas otra vez para quitar. No era jugar a ser Dios o juez, era cuestión de equilibrio. Brian asintió . -Yo no existo -ordenó esta vez Brian- y ella tampoco.

Brian agarró a Mae, quien seguía acurrucada en una esquina dominada por el pánico y sin saber que sucedía. -De ella me encargo yo-. Se dirigieron hacia la puerta y antes de salir Brian volvió a mirar a Tom que seguía inconsciente y al joven. -Antes de irme -el joven prestó atención mostrando su predisposición- quisiera que supieras que esto lo hago porque de alguna extraña manera es justo y por ... por Steven; y puesto que yo voy a confiar en ti, tu deberías confiar en mi.

El joven meditó unos instantes. -Conocí a Steven y su triste final, en parte también lo hago por él -sentenció- y realmente creo que eres un hombre de bien. Confiaré en ti-.
Durante unos segundos ambos hombres permanecieron en silencio, ni siquiera Mae se atrevió a emitir sonido alguno. Fue un instante de comunión imperceptible salvo para ellos dos. Finalmente el joven habló:
-Mi nombre es Peter Dean.



3 comentarios:

Unknown dijo...

porque tan largo??...
ains.. pa otro rato.

:)

SueEllenRV dijo...

Me lio yo sola, intentaré leerlos todos juntos

Ender Wiggins dijo...

la definición del personaje de Petere Dean es magistral. Llena de contradicciones, como la vida real, aparentemente una persona débil, pero fuerte. Aparentemente invulnerable.

En pocas palabras, y no demasiado multisilábicas:

Mola.