Odenta: Capítulo I

Madrid, Museo del Prado. 18:00

La sala estaba silenciosa. Se notaba en el aire una quietud sólo rota por los ocasionales ruidos del edificio, recién inaugurado.

La nueva sala del museo del Prado, que albergaba las exposiciones itinerantes (en estos días, una sobre el arte de la Forja en el Japón antiguo) estaba completamente vacía. Las paredes, lisas y color gris azulado, sin ninguna decoración, resaltaban la presencia de las estrellas de la exposición, las katanas, que estaban expuestas con tan sólo una breve cúpula de cristal tallado entre el ocasional espectador y las centenarias armas.

César se arrastró, nervioso, entre las columnas del pasillo. La sala C, que contenía los sables más antiguos, era la más cercana. Minutos antes, habría considerado la idea de entregarse a quien fuese que había tomado el museo (¿quién cojones querría tomar un museo por la fuerza?), pero tras ver los cadáveres del conservador jefe y del guardia de la sala Goya, prefirió el viejo adagio "la mejor parte del valor está en la supervivencia".

Entre la última columna del pasillo y la puerta de la sala C no había nada, excepto unos cuantos trozos del techo y otro cadáver. Cesar casi ni pestañeó ante el cuerpo, debido al tratamiento de shock que había recibido en la última media hora.

El cadáver era otro guardia;Como en el cadáver de su compañero, no había rastro del arma reglamentaria. Sólo pudo identificarle por el chamuscado tatuaje de la legión que tenía en su brazo derecho y restos del uniforme hecho jirones; a éste le había contratado él. Chema, un tío majo. Un poco loco, pero majo. Tenía la costumbre de bromear con que un día iba a desconectar las alarmas y a 'sopesar' las reliquias de la exposición, en especial alguna de las katanas.

Cesar se sonrió brevemente antes de decidir que, en realidad, no tenía ni puta gracia y que más le valía salir de allí rápidamente si no quería ser el director de exposiciones itinerantes más breve de la historia del Prado.

Continuará...