Ryan Ferris miró nervioso el botón.
Un
escalofrío recorrió su nuca, como un tren a medianoche, marcando los railes con un sonido monótono y metálico. La sensación
desapareció pronto, pero Ryan seguía paladeando el nerviosismo, el sudor, agrio y pegajoso, en sus manos, en su vientre, en su espalda.
La
guerra nunca estallaría. América nunca apretarían el botón; Fuera de América temían el contraataque. Así, América, tierra de
consumidores pegados a sus
pantallas-murales, sin criterio ni inquietud por tenerlo, seguía
amansándose, gracias a los
programas, las series, los '
familiares' que les
entretenían delante de sus pantallas, les
mimaban, les decían lo que debían
pensar.
Los
condicionamientos de ocio funcionaban a la perfección y el espectáculo de los
Bomberos no era ya ni una novedad, ni una sorpresa. La masa informe de espectadores apenas consideraba
entretenido el delito, y cada vez eran menos los
curiosos que se asomaban a sus puertas para ver como los bomberos
borraban de la existencia los pocos
libros que quedaban.
Ryan recordaba vagamente haber asistido una vez, con su esposa, a un
incendio de la casa de un
vecino; al parecer, el aparentemente insulso
Sr. Goldstein tenía una colección de
300 títulos en un desván oculto por un falso techo. Su
nieto lo descubrió y le
denunció. Y el señor Goldstein, entre
lágrimas, solo pudo observar impotente como el coche de bomberos acudía, cubría su casa de
petróleo eficientemente, y el jefe de los bomberos arrojaba una cerilla pomposamente, entre los vítores de sus subordinados.
El condicionamiento funcionaba, en efecto. Él, como
especialista atómico titulado por
Cambridge, hasta hace poco ni siquiera se planteó porqué
sabía tanto de
qué hacían las máquinas y
nada de
cómo funcionaban. Su perfecta
rutina de trabajo, su anodina misión, consistente en cuidar de los paneles de control de la base militar de Norfolk y los accesos a las salas protegidas, nunca le había parecido
repetitiva, insulsa, carente de significado. Un día tras otro, comprobando las
llaves de palma, comprobando que todas las
luces estaban en verde, que los
Sabuesos Mecánicos tenían su programación actualizada y estaban
activados. Una y otra vez. Nunca se
planteó la utilidad de su cometido; la daba por
supuesta.
Hasta que conoció a Clarisse. Y ella le mostró a
Montag.
Clarisse fue un descubrimiento
involuntario. Camino de casa, le asaltó con una sencilla pregunta (
"¿tiene hora, por favor?"). Su aparente
desvalimiento y las horas de la noche hicieron que Ryan se ofreciese a
acompañarla hasta su casa.
Ahí
empezó todo.
A partir de ese día, Ryan se encontraba frecuentemente con Clarisse. Casi siempre la acompañaba a casa, con cualquier pretexto. Pero la realidad era que Clarisse era un
soplo extraño y refrescante, a su manera, en la cada vez más
aburrida vida de Ryan.
Clarisse era capaz de
inundar el cerebro de Ryan con mil y una
preguntas, como un río desbocado golpeando salvajemente una presa. Preguntas que nadie se hacía.
Intrascendentes, a veces rozando el límite de lo
permisible. Ella siempre decía que era
joven y, por tanto, estaba
loca. Siempre estaba hablando de su
tío. Debía ser un hombre realmente extraño y perturbador.Su tío siempre decía que la
curiosidad es la madre del avance. Y que cada día debe ser único. Que hay que preguntar el
porqué y el
cómo de todo, porque solo así se consiguen crear cosas
nuevasRyan nunca se había
preguntado nada. Y durante la semana siguiente, no pudo
conciliar el sueño, preguntándose una y otra vez
quién era realmente Clarisse, y porqué le había elegido a él. El no
necesitaba novedad, no veía la utilidad de someter a las personas al
cambio permanente, a las tormentas emocionales. Las personas solo querían
divertirse, hablar con sus '
familias' en su pantalla mural, conducir su coche a toda velocidad... todo lo que Clarisse le contaba o preguntaba contenía un atisbo de novedad, de
revolución, que Ryan observaba con
miedo, aunque era incapaz de negarle nada. Parecía tan
dulce, inocente y vulnerable. Sólo era una niña con algo de
curiosidad. Su personalidad iría
atemperándose con el paso del tiempo, pensaba Ryan.
Muchas veces, hablaron de su
trabajo. Ryan le contaba,
orgulloso, cuan importante era su puesto, y la responsabilidad que conllevaba tener las llaves de sitios a los que solo debía acceder el
Presidente. Como el mismo Presidente, una vez,
habló con el por su
pantalla-mural y le agradeció
personalmente su labor. Ella asentía, pacientemente, y le preguntaba si le conocía personalmente. O si le había llamado por su nombre. O si el Presidente conversó con él. Ryan, asombrado de no haberse hecho las mismas preguntas, tenía que responder que no.
Generalmente, Ryan no sabía absolutamente nada. Frecuentemente, no podía
responder las preguntas de la joven y alocada Clarisse.
¿Cómo funcionan los motores? ¿que sustenta un reactor? Clarisse parecía saber mucho sobre todo, pero poco sobre algo en particular. Ryan procuraba
responder a las cosas que sí que sabía de manera breve y educada, porque su trabajo exigía
discreción.
Rápidamente, Ryan tomó como rutina '
buscar' a Clarisse cuando volvía del trabajo. Hasta que un día,
no apareció.
Ryan deceleró el paso, pensando que quizá había salido
demasiado pronto del trabajo, pero enseguida desechó la posibilidad; Clarisse siempre le esperaba
sentada, examinando cualquier cosa a su alrededor, o simplemente
molestando a los pocos
viandantes que recorrían la calle.
Pasados unos minutos, Ryan decidió dejar de esperar el encuentro casual e
irse a casa. Durante las dos semanas anteriores, había visto a Clarisse todos los días, a la misma ahora. Una sensación
antagónica de alivio y desasosiego cruzó su mente como un
relámpago cruza el cielo en la noche. Y entonces, oyó su propio nombre, susurrado a sus espaldas.
Un
hombre, de mediana edad, con una
barba descuidada, aunque bien vestido, le miraba apoyado en una
valla metálica. Aparentaba unos 50 años, aunque Ryan observó su
mirada y le pareció más viejo que la misma tierra. Se dirigió a él sin un saludo.
- He venido a entregarle esto.El hombre sacó un
sobre blanco, se lo puso en la mano derecha, y se
alejó, sin despedirse. De repente, Ryan se sintió
sucio, criminalmente sospechoso. Sintió como todos sus vecinos, sus jefes, sus compañeros de trabajo, se asomaban a sus puertas y miraban de
reojo ese sobre blanco, tan llamativo. Tan inusual. Tan...
poco común.
Ryan
guardó el sobre en el bolsillo interior de su chaqueta, y
aceleró el paso hasta que llegó a su casa, casi
jadeando. Cerró la puerta de casa sin quitarse nisiquiera el abrigo, y abrió el sobre
frenéticamente, como un niño mamando del pecho de su madre por primera vez. Casi destrozando el sobre, Ryan extrajo una
cuartilla, escrita a mano (
¡a mano! ¡no podía ser de otra persona!). Decía:
"Querido Ferris:Si estás leyendo esto, es que no volveremos a vernos. Por alguna razón, habré perdido el interés, o mi vida habrá tomado otro rumbo. Nunca se sabe lo que nos depara el futuro, por mucho que el gobierno quiera dictarnos lo contrario. Tengo que pedirte un último favor. Siempre has sido un amigo atento y receptivo, y has comprobado la triste situación social que vivimos actualmente. Sé que muchas veces te he perturbado con mis preguntas, pero solo quería enseñarte, ayudarte a descubrir algo que seguramente tu mente ya intuía:Somos muñecos sin vida, Ferris. El gobierno nos mantiene así, y procura que nadie se salga de la norma. Demonizó y criminalizo la posesión de libros, y cualquier expresión del conocimiento humano que nos hiciera pensar, reflexionar, aprender. Eso tiene que cambiar. Puede que creas que es una opinión aislada, pero en realidad, somos muchos los que abogamos por un cambio. Y ahora, eres uno más. Tú, y mi amigo Montag, sois la punta de lanza de nuestra revolución a pequeña escala. Yo sólo puedo alentarte a hacer lo correcto. En tus manos está."Ferris
examinó el sobre, y encontró un pequeño
dispositivo electrónico, parecido a los
auriculares de
Sueño Feliz. Se lo puso en el oído. Contenían
conversaciones de Clarisse con el tal Montag...conversaciones muy
parecidas a las que mantenía con Ferris, pero, como notó inmediatamente (no sin cierta dosis de
celos), más
personales, más atrevidas.
Después de
terminar de oir las conversaciones, Ferris decidió que
tenía que ver a Montag....Continuará.