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viernes, 23 de mayo de 2008

Esta paranoia es de Ender Wiggins

La peor ensalada del mundo

Todo empezó de la manera más inocente que pueda uno imaginar; una cena improvisada, con la difusa intención de ser además levemente sana, o al menos, tranquilizar la conciencia dietética.

Eduardo abrió la nevera, a eso de las 9 de la noche, un 3 de Marzo de 2008. El vacío que asolaba el frigorífico se veía levemente mermado por un par de tomates y un trozo de lechuga, claramente en decadencia....

Pero Eduardo tenía hambre.

Así pues, vació definitivamente el frigorífico y procedió a trocear la lechuga. Después de retirar los trozos más obviamente podridos, y las hojas excesivamente oscuras y blandurrias, la lechuga quedó reducida a la mínima expresión. La pasó por el grifo brevemente y después la escurrió, aunque precariamente, descuido que la dio un aspecto aún menos apetecible. Eduardo miró el minúsculo núcleo lechugil que había quedado de la criba /lavado y decidió que, dada la escasez de la cena hasta el momento, utilizaría los dos tomates para procurar que la ensalada fuese algo más que una 'tapa'. Así, procedió a cortar los tomates.

Después de cortar los trozos mohosos, ambos tomates parecían sendos trozos de gruyere pastoso y rojizo. Eduardo empezó a cortarlos en rodajas, con gran esfuerzo, dado que el cuchillo resbalaba por la elástica y pasada piel de los tomates. Al rato, empezó a adquirir cierta práctica en la vivisección de trozos informes a partir de los dichosos tomates, cortándose apenas dos veces. De esta manera, una masa rojiza y pastosa de tomate (con unos pocos mililitros de sangre, a modo de sacrificio involuntario) se unió a la lechuga, húmeda todavía. Eduardo observó la poco estética mezcla y decidió que un poco de atún mejoraría la ensalada, seguramente (al menos, pensó que sería difícil que empeorase, inocentemente como veremos). Y así, se dirigió hasta el cajón de las conservas, para encontrarse exactamente cero latas de atún. Pero no desesperó.

Finalmente, en el cajón de las delicatessen, encontró un extraño tetabrick en el que ponía: "aperitivos de atún en dados". La presentación parecía muy apetecible, y Eduardo imaginó su pobre ensalada aderezada con unos dados de atún jugosos y aceitados (con aceite de oliva, que es muy saludable, por supuesto, aunque te bebas dos litros de golpe). Y así, decidió abrir el tetrabrik, arriesgándose a las iras de su mujer, que reservaba dicho atún para sacarlo ante las visitas.

La apertura del tetrabrick resultó ser una tarea digna de un Titán: El abrefácil, inexistente; la dureza del cartón, rayando lo cabreante. Al final, mediante un supremo esfuerzo, Eduardo consiguió abrir de repente el tetrabrick, provocando un géiser de aceite y trozos de atún que se desparramó convenientemente por su camiseta, antes de lo más geek, ahora de lo más abstracta. Eduardo, mientras maldecía al ideólogo del envase, pensó en los posibles pactos secretos entre el fabricante de aquella bomba de relojería grasienta y los fabricantes de detergentes, pero se le antojaba inviable, dada la resistencia de las manchas del aceite. Más probablemente, la alianza sería con los fabricantes de ropa.

Los "aperitivos de atún en dados" resultaron ser oleosos cubos de una pasta con un sabor levemente parecido al atún. Eduardo miró a su ensalada con una mezcla a partes iguales de hambre y desagrado y lo embarulló todo, convenientemente sazonado con sal (mucha) aceite (mucho-mucho) y vinagre (la justa). Cogió el plato con el resultado, lo examinó brevemente, esta vez con resignación, y se dirigió al salón. Hizo ademán de encender la televisión pero se dió cuenta de que el mando no tenía pilas. Suspiró y, mientras se sentaba, un casi imperceptible susurro perturbó su depresión silenciosa:

"Pa.dd.re..."

Eduardo nunca llegó a saber que la extraña mezcla de alimentos en estado de descomposición y la sangre irradiada que manó de su dedo meñique (una rara dolencia debida a un defecto realmente curioso en la tecla 'ñ' de su teclado 'made in China', que dejaremos para otro momento) habían provocado una extraña mutación. Sólo respondió, dudando de su propia cordura:

"¿sí?"

Nadie sabe lo que le respondió la ensalada. Sólo sabemos que hoy por hoy, millones de personas han perecido víctimas de las supuraciones oleaginosas de los cientos de ensaladas gigantes mutantes que arrasan el planeta tierra, mientras unos pocos de nosotros resistimos como podemos, con la sola ayuda de nuestra valentía y algún que otro lanzallamas. Nos escondemos, luchamos con precaución, hasta el día en el que venzamos a esta miserable raza de mutados, fruto de la desviación y el descuido culinario y por fin podamos gritar orgullosos:

"Eduardo. Hijo de la gran puta. Mira la que liaste."



5 comentarios:

Manuel dijo...

___________/______________


Pd.: ¿Santamaría o adriá?.

Ender Wiggins dijo...

o sea que es cierto. si el relato no se entiende, los comentarios tampoco...

Jon Nieve dijo...

Para el día a día, Santamaria, para las ocasiones con polvo futurible, Adriá...y mucho lambrusco y limoncello...

Ender Wiggins dijo...

¡AH!
¡que son cocineros!
yo...la ensalada...ejem. bueno, adriá es el que hace cosas raras, ¿no?. Fale:

Santamaría para quemar la cocina

Adriá para descontextualizar la cocina y realizar una decostrucción con nitrógeno líquido a las finas hierbas.

esclava holandesa dijo...

tanto interes en que leyese el texto...

me quedo con los dados de atun para las visitas y lo de tu mujer...

conclusion femenina que solo una mujer puede entender; que tus amigos no vengan a tu casa ( la lectura es lo suficientemente veridica) porque tendran esos asquerosos dados de atun con la lechuga muerta y los tomates demasiado vivos de condumio...

cuanto mal hace internet...cuanto mal...con lo feliz que yo solia ser.