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miércoles, 27 de enero de 2010

Esta paranoia es de trasgu

Interior



" Sé que mi casa está vigilada electrónicamente. No puedo contar con que la instalación se estropee porque este sistema de escucha no es búlgaro, lo han importado de Japón. O sea que escuchan mis conversaciones. Estoy poco a poco pasando del "homo loquens"( hablador) al "homo ludens"( el hombre que juega). ¿A qué juego? Me hago la ciega y trazo gestos. Mi marido y yo tenemos un perfeccionado signo linguístico. Nos comprendemos el uno al otro por medio de gestos. Eso crea una particular proximidad entre los dos; una cercanía en la que no podrían siquiera sospechar muchas parejas del mundo libre. Cada día, cada hora, tengo la oportunidad de admirar la ingenuidad de mi marido. El ritual de nuestro mañanero café es más elaborado que la ceremonia japonesa del té. En un silencioso tête a tête, intercambiamos pistas e indicios, con elegantes figuras de ballet en las manos y, a veces, con todo el cuerpo. Cuando necesitamos una palabra para la que aún no hemos creado un nuevo jeroglífico en el aire, nos aproximamos mucho el uno al otro y mi marido susurra en mi oído el peligroso vocablo, como gente enamorada en su primera cita. Y yo contesto con una misteriosa sonrisa llena de comprensión.

Y nuestras noches son aún más cálidas e íntimas. En la oscuridad, utilizamos el braille. Tomo su mano y con mis dedos le escribo en la palma advertencias, recuerdos y preguntas. O también nos confiamos algo muy secreto por medio del habla inarticulada. A veces, tenemos largos diálogos de medianoche. Después nos servimos de un idioma diferente, el sánscrito, con nuevas palabras inventadas que comprendemos tan sólo nosotros y nadie más en el mundo. Si estas noches de susurros pasan a temas más profundos y peligrosos, hundimos nuestros labios en los oídos del otro, y lo hacemos bajo las sábanas. Así, como ocurre bajo el agua, se pierde una parte del peso de la realidad. Pero si pisamos una mina, algún tabú absoluto que puede costarnos la vida, para decepcionar a los que nos escuchan gritamos a pleno pulmón "¡Ha sido un día tan estupendo!¡Trabajamos con tanto entusiasmo!¡Buenas noches!,¡felices sueños!" Y nos quedamos dormidos con mi cabeza junto a la suya, contentos de que en la oscuridad nos comprendamos el uno al otro con la mitad de la respiración. Si soñamos con que expresamos nuestros pensamientos en alta voz, despertamos horrorizados de un salto, de esta pesadilla."


Blaga Dimitrova, Bulgaria, otoño de 1988.

Testimonio recogido en el interesante libro de Manuel Legineche "La primavera del Este"



1 comentarios:

Nova Persei dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.