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Historia de un botón |
Hacía mucho tiempo que no os daba la tabarra con algún escrito mío. Aquí va un intento de cuento que abandoné en el segundo capítulo. No sabía cómo seguir...hasta que me dí cuenta de que quizá ya lo había terminado. ¿Estais de acuerdo? ¿Cómo lo habrías continuado? Y lo más importante de todo: ¿Se lo va a leer alguien?
yanni instrumental -
HISTORIA DE UN BOTON
CAPÍTULO 1
Esta es una historia sencilla, tan sencilla como un botón.
Ramón era un botón de plástico de color gris, situado en el segundo lugar de una hilera de cuatro botones pertenecientes a una elegante gabardina de corte clásico. En ese sentido, podría decirse que Ramón era un botón de clase "alta", comparado con la posición que ocupaban sus otros dos hermanos menores de fila, aunque inferior al de la parte de arriba.
Enfrente de ellos se situaban otros cuatro miembros de su gremio, que por pertenecer a otra línea distinta mantenían con estos una curiosa y estúpida rivalidad. Rivalidad que dado que no podían apenas moverse se limitaba a miradas más o menos aviesas por encima del hombro, si es que los botones pueden tener hombro, claro.
La vida de estos botones, como podéis imaginar, no era lo que se dice muy apasionante. Su día a día se limitaba a abrocharse o desabrocharse, y solamente penetraba algo de emoción en sus vidas cuando su dueño, movido por las prisas o quizás por los excesos etílicos, equivocaba el ojal correspondiente, y una especie de extraño cosquilleo embargaba entonces a nuestros amigos.
Por otra parte, se trataba de una plácida y cómoda existencia, donde prácticamente todo estaba determinado. Cada botón tenía el trabajo asegurado, y sabía cómo realizarlo. Un trabajo fácil, sencillo y sin sobresaltos. Muchos días ni siquiera tenían que realizarlo. Y en verano siempre estaban de vacaciones. Aburridas eso sí, porque transcurrían siempre dentro de un polvoriento armario.
A Ramón, en cambio, le gustaba sentir las gotas de lluvia resbalando por su cara los días otoñales, respirar el aire limpio y nuevo de los parques después del aguacero y deleitarse luego con las primeros rayos de sol. Incluso un día tuvo la suerte de que unas manos de mujer se fijaran en él y lo abrazaran para transportarle como en un sueño hasta su ojal correspondiente. Pero eso era en los buenos tiempos. Ahora su dueño apenas utilizaba la gabardina donde vivía Ramón, y el oscuro y aburrido armario era la inmensa noche donde se perdía la cada vez más anodina vida de nuestro botón.
Parecía que iba a ser siempre así hasta que algo ocurrió.
Era finales de febrero, y apenas le quedaban ya unos pocos días de libertad. Pronto llegaría la primavera, con su luz, su verdor, su estallido de vida, y también su elevación de las temperaturas, que harían innecesaria la gabardina. Además su dueño prácticamente la había jubilado ya en beneficio de una chupa de cuero de lo más llamativo. Y con cremallera.
Las cremalleras eran las más acérrimas enemigas de los botones, una especie de competencia más evolucionada y contra la que era cada vez más difícil luchar. Para un botón una cremallera es como una serpiente gigante que al moverse emite un ruido metálico e infernal. A la mayoría de los botones les aterran las cremalleras. Solamente hay una cosa que les produce más pavor todavía: la posibilidad de caerse, sí caerse, desprenderse de la gabardina, su único universo conocido, y acabar a parar Dios sabe dónde.
En la gabardina de Ramón se contaban terribles leyendas sobre botones que un día desaparecieron y nunca más se supo de ellos. Tan sólo una vez un valiente fue capaz de regresar, pero lo hizo con la mirada totalmente extraviada e incapaz de articular palabra. Por si no lo sabéis, los botones miran a través de sus agujerillos. Hay quienes tienen un ojo, como los cíclopes, otros tienen dos como las personas, y otros cuatro o incluso seis, como algunos animales mitológicos.
Precisamente, Ramón andaba algo preocupado porque el hilo que le unía a la gabardina empezaba a estar algo suelto. Nuestro amigo se balanceaba cada vez más, y el dueño del abrigo no se daba cuenta de ello, ensimismado como estaba con su flamante chaqueta de cuero. La situación empezó a empeorar con el paso del tiempo, y terminó ocurriendo lo inevitable: una tarde noche de lluvia, una de las pocas en que el hombre había decidido volver a enfundarse la gabardina, nuestro amigo Ramón notó de repente cómo el mundo se le venía encima. Bueno, para ser exactos, notó justo lo contrario: como él se precipitaba encima del mundo. Sintió como ese cordón umbilical que le unía a la cálida tela se rompía de pronto y una extraña fuerza, la gravedad, desconocida por él hasta ese entonces, le arrastraba sin piedad en una tremenda caída hacía el vacío.
El golpe con el suelo fue tremendo, tanto que Ramón rebotó unos centímetros, distancia estratosférica para nuestro amigo. Afortunadamente apenas sufrió daños. Nuestro botón respiró aliviado, o algo así, pero el alivio le duró sólo unos momentos. Miró hacia arriba y vio como su dueño se alejaba con la gabardina y el resto de sus compañeros en ella, totalmente ajeno a su pérdida. No podía ser.
CAPÍTULO 2
"Vendrá a por mí, se dará cuenta y volverá a por mí", trataba de consolarse Ramón. Pero las horas pasaban y lo único que acudió a nuestro amigo fue una extraña sensación, quizá algo parecido al miedo y la soledad. Anochecía, y Ramón empezó a ser consciente de que, por primera vez en su corta vida, estaba solo, completamente solo.
La calle vista desde el suelo, su nueva perspectiva, aparecía como algo inmenso y aterrador, y las suelas de los transeúntes se asemejaban a enormes apisonadoras que siempre estaban a punto de aplastarlo.
"Vaya, un botón", unas rugosas manos elevaron de pronto a nuestro amigo desde el suelo. Ramón alzó los ojos y vio que una anciana de aspecto estrafalario le miraba atentamente detrás de unas viejas gafas rotas. Sus ropas estaban raídas y cargaba un enorme fardo sobre su encorvada espalda. De pronto Ramón se vio de nuevo cayendo, esta vez dentro del enorme bolsillo de la deshilachada chaqueta de la mujer. Cuando llegó al fondo, exhausto, se durmió.
Unos codazos le despertaron. Ya no estaba dentro del bolsillo, sin en el interior de una oscura caja metálica, y no se encontraba solo. Le acompañaban varias delgadas agujas, un ovillo de hilo verde, un dedal con cara de pocos amigos y...también estaba ella: la pegatina más bonita que había visto en su vida.
-Hola... ¿dónde estoy?- se atrevió a balbucear Ramón.
- Estás en "La Caja". Bienvenido. ¿Cómo te llamas?- le preguntó la pegatina.
- Ramón. ¿Y tú?
- Rosa. Soy una pegatina de la Cruz Roja- no mentía, su fondo blanco y su cruz roja encima así lo atestiguaban.
- ¿Qué es eso de la Cruz Roja?
- Ni idea, no sé, ojalá me hubieran hecho de otra cosa, estoy harta de cargar con esta cruz. Escuché por ahí que cada uno lleva la suya a cuestas, pero es que yo encima la llevo tatuada. Debo ser la pegatina más fea del universo... si al menos tuviera dibujado un paisaje o una flor...
-¿Qué dices?, ¡pero si eres magnífica!¡ A mí me pareces preciosa!- A Ramón ese color rojo intenso sobre el fondo blanco y puro le parecía el súmmum de la belleza. Sin saber de dónde le venía, le embargaba un enorme deseo de acercarse a ella y quedarse pegados para siempre....
Las palabras de Ramón hicieron que la cruz de Rosa se volviera más roja que nunca.
- Vaya, vaya, si tenemos aquí a un adulador...- El que hablaba era el dedal- ¿De dónde te has escapado tú?
-¡Sé más amable con los extranjeros!- intervino la bovina de hilo.- Mira que eres rudo…
- Si no fuera rudo, no podría aguantar tanto pinchazo...no os gustan los que somos rudos, pero qué sería de muchos si no fuera porque algunos somos así...
- Me parece muy bien, pero nunca está de más ser un poco educado- intervino Rosa.
- Pues me llamo Ramón, y me caí hace poco de mi gabardina. Una mujer me recogió y ahora estoy aquí. No sé nada más.
- Ya, la loca, nuestra dueña. Esa es la que tenía que estar encerrada, que está como un cencerro, y en cambio somos nosotros los que no podemos salir- intervino otro botón.
- No hables así de ella, que es una buena mujer.
- ¿Buena?, pero si ésta cualquier día nos tira a todos a la basura sin darse ni cuenta...
Ramón escuchaba cada palabra atentamente. La Caja, si bien era mucho más oscura y sombría que la gabardina, su anterior hogar, incluso más tenebrosa que el propio armario, estaba llena de vitalidad por dentro. Sus habitantes, tan distintos entre sí, mantenían todo el tiempo animadas discusiones sobre esto y aquello, algo muy diferente de las anodinas charlas de botones a las que estaba acostumbrado. Y además, estaba ella...Rosa. Ramón empezaba a pensar que después de todo puede que no hubiese tenido tan mala suerte aquella tarde al caerse del abrigo....
FIN.
4 comentarios:
Y para muestra un botón.. Enhorabuena!. no me sorprende porque sé de tu valía, estás forjando un estilo irónico, lo justo para agradar y tan poco trabajado por estos lugares. A mi me parece una metáfora de nuestras vidas, tan monótonas y de lo útil y vital que puede ser arrancarnos de esa manga existencial y lanzarnos por ahí, aunque nos metan a un bolsillo, como el de la amable viejecita, la discípula de Diógenes de tu cuento. ¿Añadir?. No jodas, tu cuento ya anda solo...,abrazos.agstn
Gracias, Agus, y por cierto, lo has pillado, se trata de una metáfora de la vida de la gente, era lo que quería transmitir.
Ya había "morriña" de un buen cuento.
Los dos capítulos muy buenos y enganchan... pero más que fin creo que es sólo el comienzo. ¡A por el libro completo!
Muchas gracias, Palomo.
Para la continuación fíjate que ideas me ha dado vía mail un jachondo amigo nuestro cuyo nombre empieza por Pa y termina por co,jajajajaja:
-la vieja en una despedida de solteras se enrolla con el dueño de Ramón y este vuelve a su gabardina. Después del caliqueño la vieja le cose el botón.
-Rosa y Ramón se enamoran ,la montan dentro de la caja y al abrirla la vieja, huyen rodando. Ramón además se convierte en fugitivo e inicia su leyenda de macarra.
-la vieja tira la caja a la basura y todos se convierten en transeuntes indignados.
-la vieja cose a Ramón en una rebeca de lana e inicia otra vida de botón añorando a Rosa (final triste).
-la vieja cose a Ramón en una rebeca de lana y pega a Rosa en la misma prenda (final feliz).
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