El que escribe columnas de opinión sabe perfectamente que el verbo en dichas publicaciones ha de ser potente, impactante. Cada frase debe estar construida con el cemento de la opinión imbatible, mostrando seguridad y destilando poder persuasivo. Para eso, en el mundo web suelen hacer falta toneladas de documentación o una buena dosis de humildad para ir encajando las correcciones sucesivas que a buen seguro te harán (que me lo digan a mí :-P).
Pero en el caso periodístico, y más allá de las cartas al director, la cosa es distinta: Este es el caso de Carmen Posadas, que es una de mis columnas favoritas en el XLSemanal, el suplemento de 'El País' (la favorita es la de Arturo Pérez-Reverte, que es otro que tal baila, uno de los escritores que mejor utiliza las palabras malsonantes que nuestra lengua nos proporciona en abundancia)
Carmen (espero que el tuteo no moleste; es más corto y el post ya va a ser suficientemente coñazo) escribía el pasado 20 de Julio una columna en la que hablaba del infantilismo severo que nos aqueja a la sociedad y de que se da más importancia a gestos vacíos (como ponerse una pulserita de apoyo a las víctimas de algo) que a los actos en sí.
Si bien estoy de acuerdo en general, es en el detalle en lo que disiento. Como ya hemos dicho, la inercia del funcionamiento de una columna de opinión (en mi ídem) puede ser terroríficamente perjudicial; creo que Carmen cae en el vértigo de su propio argumento y delimita en blanco y negro la realidad; Por ejemplo; si bien el gesto de la pulserita es más vacío que acudir a Darfur con una caja de comida, lo primero es bastante más accesible para el común de los mortales y obviamente, más allá del gesto, está el dinero que has pagado por la pulserita, que debería (con énfasis en el condicional) revertir en alguien que lo necesita. Pero hay que vislumbrar el acto más allá del gesto infantil. Lo que no quita que estemos viviendo una era de marketing infantil para una sociedad infantilizada.
Después, Carmen se mete en otro jardín del que difícilmente se puede salir con honor;
Se tiende a dar más valor a la intuición que a la reflexión, porque, siempre según esta forma de pensar simplista que nos domina, «la intuición viene del corazón y la reflexión de la cabeza. [...] La intuición, el ir «donde el corazón te lleve» y demás palabrería pueden funcionar en asuntos sentimentales (y aun así con reparos), pero para otras decisiones, pasada la adolescencia, me parece una ingenuidad no hacer caso de lo que nos dice nuestra cabeza
Parafraseando libremente a
Punset, nos gusta pensar que somos seres racionales, que tomamos nuestras decisiones en base a 'inputs' homogéneos, que somos ecuánimes. Pero con perdón, eso es una soberana soplapollez. Damos una validez inaudita a nuestro pensamiento razonado, al 'pensamiento lento', cuando la gran mayoría de nuestras acciones durante el día están regidas por eso que Carmen despreciativamente llama "intuición", confundiendo la mitología mística del corazón y las entrañas con la realidad.
La intuición, como toda nuestra capacidad cognitiva, reside en el
cerebro. En nuestra parte cerebral más antigua. Es la que, por poner un ejemplo, permite que, si vamos por la calle y oímos un ruido a nuestras espaldas, nos apartemos y nos pongamos alerta. Puede que reflexionar atentamente sobre el origen del ruido y la conveniencia de apartarse sea una vía más elegante de actuación, pero no lo sabremos nunca; aquellos que la pusieron en práctica están debajo de las ruedas de un camión. Así que
bien por su opinión de que no se debe infantilizar nuestra psique, mal por 'denigrar' uno de los recursos más utilizados e impresionantes del cerebro humano, como es la intuición. El hecho de que una persona pueda juzgar en breves segundos una situación de la que depende su vida le permite luego leer a los clásicos o, si ya nos ponemos irreverentes y pomposos, ocuparnos en 'obras de arte y ensayo', como se puede ver en el siguiente párrafo;
En mi adolescencia, por ejemplo, ni se me hubiera ocurrido ir a ver películas como Piratas del Caribe o Spiderman, ocupada como estaba con las de arte y ensayo. Ahora, en cambio, voy y me divierten
Diferentes alimentos para el cerebro, diferentes necesidades. Es como denigrar el azucar porque es dulce y barato, cuando cumple una función de alimento cerebral. Hoy en día, por ejemplo, sigue habiendo una buena cantidad de cantautores, pero yo ya pasé la época en la que me gustaba oírles continuamente. Y obviamente, ignorantes ha habido en todas las épocas, incluso en la infancia de Carmen. Pero no importa; cualquier tiempo pasado fue anterior
(o algo igual de estulto). El hecho es que al cerebro le gusta la novedad, la sorpresa. De hecho, el humor es una de las mayores fuentes de sorpresa que nuestro cerebro puede llegar a experimentar. Obviamente, también entra en juego el hecho de que estamos en una sociedad que valora más el consumo que en cualquier otra época, y es más 'fácil', menos 'exigente', consumir 'spiderman' que una 'obra de arte y ensayo'. Pero no seamos pedantes. Me confirmo en lo anterior; el cerebro gusta de estímulos nuevos y necesita tanto distracciones como reflexión. Y eso me lleva a mi siguiente punto:
[...] frasecillas guays o chorradas varias como regalar abrazos,
el regalo de abrazos;
chorrada increíble... pero que funciona. Pero obviamente, no para solucionar el hambre en el mundo, como parece prentenderse del artículo de Carmen. No es un acto significativo socialmente, ni sustituye a ninguna gran gesta. Pero produce sorpresa
(inicial), resulta inequívocamente gracioso
(por lo 'extraño' de la situación) y tiene un efecto tangible en el sorprendido, que se traduce en un leve poso de optimismo
(y porqué no decirlo, en percibir como 'extraño' que nos parezca extraño darle un abrazo a la gente, lo cual creo que es bastante saludable; somos abnimales sociales y esa es nuestra baza más importante).
La vida no sólo consiste en actos y más actos. También consiste en aprender a pensar de otro modo. Abandonar por un segundo el hermetismo del día a día y dar una abrazo a alguien no tiene porqué ser un gesto grandilocuente. Es simplemente, un cambio de contexto microscópico que tiene su utilidad personal, lo crea Carmen o no. Pero la inercia de la columna, nuevamente, empuja a clasificar en un grupo o en otro.
Y finalizamos con la joya de la corona. Simplemente un pequeño descuido, fruto de un prejuicio demasiado generalizado en este bendito país:
Lo grave es quedarse en el mundo de Pin y Pon o en el de la Gallina Caponata o en el de Shin-Chan
Aquí simplemente pasamos de la opinión a la ignorancia superficial. Es un detalle nimio, pero son esos detalles los que destellan en el firmamento, como diciendo:
"meeeeec, opinión encabronada sin meditar en curso"Nunca, en ningún momento,
Shin-Chan ha sido, ni será, un dibujo infantil o un producto para niños. Shin-Chan siempre ha sido una crítica irónica a la sociedad nipona y una oda a la incorrección de los niños y de los padres, pero , sobre todo, siempre ha sido un producto POR y PARA adultos. Está indicado tanto por su autor como por la productora. Cualquier persona que haya echado una ojeada mínima a un capítulo de la serie (que ya es suave en comparación con el comic original) puede darse cuenta. Pero este es uno de esos axiomas que mucha gente parece haber asumido como cierto sin molestarse en reflexionar:
"los dibujos animados, son, indefectiblemente, para niños". No sé si Carmen tiene hijos, pero me permito darle un consejo:
South Park o
Shin-Chan, a partir de una edad en la que pueda razonar con los niños.
De nada.La generalización entiendo que produce columnas de opinión potentes, pero uno corre el riesgo de caer en picado por su propio argumento hasta que se convierte simplemente en un refunfuñamiento que se puede resumir en "antes sí que se hacían las cosas bien". Obviamente, hay cosas que ahora se hacen peor y otras que se hacen mejor.